PopayánHoy

martes, septiembre 25, 2007

DOÑA ESTELA: LA VENDEDORA DE DULCES


Por: Rubén Darío Zúñiga G.

Pocas veces escucha uno decir que trabajar como vendedor ambulante es reconfortante y satisfactorio, incluso el sólo hecho de pensar que puede llegar a ser una grandiosa forma de pasar la vida -parecería- una idea sacada de los cabellos. Sin embargo, en una ciudad en la que se ven ingenieros manejando taxis, abogados vendiendo ropa y periodistas animando fiestas, dicha afirmación resulta muy fácil de creer.

Por eso no es tan disparatado pensar y -menos aún en una ciudad como Popayán- que para muchas familias la única forma de conseguir un pedazo de pan con agua de panela o café sea trabajando en las calles. Y eso aunque no lo crean muchas de nuestras queridas familias del norte puede llegar a ser un sueño.

Si un sueño…¿quien podría creer que comerse un pedazo de pan y tomar -al menos- un poco de tinto o una limonada, sea un sueño? Pues para información de pocos y testimonio de muchos esa es la cruda realidad.

Y tal vez fue eso lo que llevó a doña estela a trabajar desde muy niña como vendedora ambulante. Apenas tenia 12 años cuando su mamá entre alegre y triste le dijo que tenía que abandonar la escuela para salir a vender dulces y galletas por las calles de una ciudad muy grande, más grande que el solar de su casa donde pasaba largos ratos debajo del palo de mango y del naranjo, unas veces durmiendo, otras veces jugando con carito, la hija de la vecina o con paco el perro de la casa.

Así que la idea de no volver a la escuela, de no pasar más tiempo con su amiga y también de someter a Paco a tan inmerecida tortura, no le cabía en la cabeza. Ella pensaba –ingenuamente- que esa tarea, al igual que los trabajos de plastilina de la escuela, la terminaría rápidamente.

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